Friday, January 26, 2007

Fauna Citadina





Tengo miedo. -Lou decía mientras recogía su cabello: esa mata espesa que caía en sus ojos y nublaba su vista-. El ruido vertiginoso de las sirenas se apoderó de todo, cada paso dado era un segundo más que se perdía en el tiempo, en esa vorágine que nos devora a todos. Se cimbró el miedo. El aire era espeso, con un aroma a pétalos quemados, embriagaba, se adentraba en las entrañas corroyendo todo el interior. Era un mal presagio.

Las sirenas pululaban hoscamente. La incertidumbre se veía en sus rostros. Algo pasaba. ¿Qué sería? -se preguntaba Lou- nada perturbaba el letargo de la ciudad, nada lo hacia en meses, ¿por qué las sirenas? ¿por qué ese olor a miedo que transpiran todos?

Los camiones colmados de gente: pasajeros uno tras otro subían. No cabía una alma más en esta arca de Noé, ó Luis; al parecer así se llamaba el hombre de cabellos castaños, ojos profundos y labios sensuales. Apretados, asfixiándose unos a otros y sus miradas perdidas. Lou cantaba una canción no aprendida: trataba de no sentir el frío en su cuerpo, el miedo y ese aroma mundano inundando su piel. Afuera el aire congelaba todo.

Una pequeña brizna acarició su rostro, ese aroma invernal; esa calma de enero seguía interrumpida por el bullicio que vibraba en el viento. Las sirenas cada vez más cerca. El ruido se incrustaban en ella. Penetrando, adentrándose hasta lo más recóndito del cerebro, vibrando, clavándose como espina.

El recorrido al trabajo era corto. Miraba los rostros atónitos, todos preguntándose: quién seria el siguiente, quién el afortunado. Las calles parecían serpientes. Los claxon, el bullicio, las sirenas cada vez más cerca, la gente cada vez más junta, invadiéndose el espacio unos a otros.

Qué extraño -decía Lou- hay cosa que son tan frías que hasta queman la piel, siento como hierven mis entrañas, quizá poco a poco me consuma sin dejar rastro, huella. El desasosiego de la gente le sacó de su aislamiento. Los ojos desorbitados parecían indicar el grado de la tragedia: Las balas habían penetrado el coche, los cuerpos ensangrentados yacían inmóviles, algunos más prácticamente mutilados, permanecían esparcidos en el piso como si fuesen desperdicio; era una mancha humana que no tuvo ni la dicha de morir dignamente: Hombres, mujeres y niños. Esa fue la primera impresión que tuvo Lou del accidente. A lo lejos, la gente se arremolinaba tratando de ver algo, intentaban ver quién era el afortunado.

La tragedia se esparció como pólvora, en menos de 10 minutos todos sabían lo que en realidad había pasado. "...Dos policías han sido acribillados fuera de una gasolinera al Noreste de la ciudad, los únicos informes que se tienen, es que un hombre de complexión delgada entre 30 y 35 años que vestía pantalón mezclilla y sudadera negra los abordo y acribillo con una arma de la cual se presume es calibre 22..." Repetían sin parar en el noticiero matutino.

Lou sintió un escalofrío recorrer su piel, sabia que su trabajo tenia algo de riesgo. Pero no importaba. Las imágenes televisivas invadían su mente: el coche, los policías, el llanto, la miseria humana.... Lou salió de su letargo, un cliente se veía desesperado observando todo: quizá era otro de esos hombres a los cuales sus mujeres los enviaban a comprar leche, pan o alguno de esos medicamentos de nombres extraños que nunca podrán pronunciar. Instalada en el mostrador con una sonrisa a flor de piel, Lou preguntaba: ¿en qué puedo servirle? mientras, el hombre de mirada penetrante y labios finamente delgados la miraba de reojo, mientras metía su mano en el bolsillo del pantalón.

"...Dos policías...acribillados... un hombre de complexión delgada... vestía pantalón mezclilla ...un arma...calibre 22..." Sonaban una y otra vez en su cabeza. Sintiéndose un poco incomoda, bajó la mirada, tenia la gran necesidad de observar completamente al hombre de mirada profunda, de labios finamente delgados....

Lou lo supo desde que el primer rayo de luz se filtro por la ventana, ese no sería un día como los demás, de esos normales, simples, sin chiste. No, éste no. Los presagios nunca son en vano.




“Madre, haz que todo vuele
sin que una brizna de esta fauna citadina
toque mi piel”