Cargado de olores grises y desnudeses profanas, el día era cálido en el edén.
Titilaba bajo la lluvia que caía en mi piel. Culebreaba ente violetas y sonreía al observarlos: se perdían entre miradas atrevidas mientras saboreaban..., después el horror se adueñó de sus pupilas. Su malsana desnudes florecía, -el destierro se hacia inminente-.
Se lamentaban desolados, la culpa los embargaba -sus cuerpos ardían en ansias-Rogaban que el sermón acabase: ansiaban perderse en la maleza matando así el fuego de su piel.
El trabajo estaba echo.