Sunday, June 07, 2009

Vestigios

Cuando José abrió los ojos no supo ni cómo había llegado ahí. Se tapó la cara tratando de recordar y nada. Fue como si una nube espesa se hubiera posado en su mente. Sintió frío, mientras unas manos, delicadamente, acariciaban su pecho. Volteó y no pudo creer quién yacía a su lado. Sintiendo escalofrío en la piel, se paró de la cama lo más rápido que pudo y se dirigió al baño.
El recorrido era un poco largo, más sin embargo, ni una voz embriagaba el ambiente. La casa lucía callada, más habitual de lo de costumbre. Se dirigió al baño tratando de esquivar lo que yacía en el piso: vasos, botellas, ropa... En el sillón verde, que habitualmente estaba en la esquina de la sala, había una pareja besándose de forma ardiente, lo cual le hizo recordar algo de lo que había pasado la noche anterior.

Entró al baño y de forma brusca cerró la puerta. Sintiéndose un poco asqueado vomitó en el retrete. ¿Cómo fue posible? - se preguntó. ¿Qué dirá Lizbeth? se preguntaba y una y otra ves. Tratando de calmar sus ansías lavó su rostro mientras se observaba en el espejo y una delgada raya de luz se filtró por la ventana.
Era domingo y afuera hacía un calor de los mil demonios. En estos días, cerca ya de la canícula, es insoportable vivir en Monterrey. Es asfixiante respirar ese aire seco, que lo invade todo.

La luz aclaró un poco el lugar. En su mente, todo empezaba a tener sentido.
Eran cerca de las 3 de la tarde cuando, Antonio, lo llamó he invito a su casa. El pretexto era perfecto: pasar la tarde con amigos y mujeres, como despedida de soltero. José no pudo resistirse. Hacía días que Lizbeth estaba molesta y no llamaba. Algo de compañía no le vendría nada mal.

Pasó por el centro comercial a comprar varias botellas de licor. José nunca fue de esas personas que cuando las invitan a algún lado llegaba con las manos vacías. No, nunca fué así.
Ya cerca de la casa de Antonio, el teléfono sonó, y era Lizbeth. -Ven a casa- dijo ella, con una voz muy queda que casi se perdió en un lamento. -Ven y veremos películas, te dejaré recostarte a mi lado y si mi madre no vuelve, podrás quedarte en casa, entonces qué ¿vienes? José optó por el silencio, mientras veía que a tres casas de donde se estacionó, entraban unas mujeres exuberantes: rubias trigueñas, y unas morenas de fuego. A lo lejos pudo ver que se acercaba Mariana. Él siempre sintió cierta atracción por esa mujer. Sin pensarlo dos veces se excuso: Amor, no puedo, hoy me toca guardia en el trabajo, tú sabes como es esto, me llaman a deshoras y tengo que ir. Estoy por entrar al corporativo y tú sabes que ahí no entra la señal, si marcas no te vallas a enojar por que no contesto. Bueno, te dejo, sabes que te amo, ¿verdad? Colgó el celular y una sonrisa brotó en su rostro.

José paseó la mirada y observó mucha gente conocida. Todo mundo sonreía y bebía en honor del festejado. Sentada, en un sofá, estaba una linda mujer de piel morena; tenía cabellos castaños que caían de una forma agradable sobre su rostro, lo cual hacía que su mirada fuera seductoramente atractiva. -Hola, Mariana- dijo él y una dulce voz respondió el saludo. Se sentó a su lado y conversó con ella sin importar de qué se hablará. Sólo importaba la compañía.

La noche fue tan corta. Todos tomaron como si fuera el último cáliz que saborearía su boca. La cabeza de José daba vueltas: varios litros de licor navegaban ya en su torrente sanguíneo.
José supo que haberle mentido a Lizi no traería nada bueno. Se asomó por la ventana buscando algo de consuelo, pero esa brisa veraniega no hace otra cosa más que asfixiar.

En su mente merodeaban los vestigios de la noche anterior, todo era ya más claro. Recordó la forma en que hizo el amor, la forma tan agradable en que acariciaron su pecho, sus muslos. Aquella en que mordieron su cuello; sus labios. La forma en que navegaron en su piel. Sentía aún un poco de calor en el cuerpo y empezó a sudar y temblar con la sola idea de recordar.
Salió del bañó y aún, en el sillón verde, pudo ver a una pareja tocándose y moviéndose de forma sumamente ardiente. Los observó un poco y recordó a esa mujer. Cómo olvidar esa mirada tan atractiva: Mariana se dejaba besar y acariciar por un hombre que, José podría jurar, ella no conocía.

Se encaminó hacía la habitación, y aún yacía en la cama la persona que horas antes le hizo el amor tan salvajemente. Tomó su ropa y se vistió rápidamente. En ese instante el teléfono sonó y era Lizbeth dándole los buenos días. José simplemente se disculpó por no haber llamado. - Deja sólo me baño y paso por ti- dijo él y colgó. Unos brazos lo sujetaron del pecho, mientras una voz, algo nasal, le susurró al oído. -Fue una noche espectacular, ¿no? José sólo volteó y observó a Antonio le lanzaba una mirada muy provocativa.


José optó por el silencio. Se desprendió de esos brazos que lo sujetaban. Se marchó de esa casa sin pronunciar palabra alguna. Sólo intentaba olvidar. Olvidar esa triste jugarreta del destino.

Sunday, January 11, 2009

Delirium

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José siempre supo que Lou estaba loca, algo en su mirada lo decía. Ya era tarde cuando él checó el correo y había un e-mail de ella. Conociéndola, supo que sería largo. Resignado, preparó un poco de café y se adentró en una de esas historias difusas que, ella, solía contar:

Joss, tuve mala noche. La fiebre y sus delirios causaron estragos. Tuve un sueño extraño, podría jurar que ese lugar era el mismo infierno. Lenguas de fuego brotaban de los lugares más inhóspitos. Las vi salir del piso, de entre la pared. Las piedras eran bolas de fuego, alcancé a patear una y explotó en el aire como pirotecnia. Hubieras visto. El cielo era rojo, y las nubes eran borlas de fuego. Sin mentirte te digo que llovía lava. Era extraño. En el viento flotaban pequeñas flamas, cuando intenté tomar una se desvaneció entre mis dedos, la sensación me recorrió la palma de la mano, el brazo y siguió por el pecho hasta que se clavó como una fría daga en el corazón. Hubieras visto mis ojos desorbitados. Caminé un poco y algunos lamentos, como ecos, resonaron en el viento. Me detuve y a lo lejos observé algo grisáceo. En su momento, pensé eran rocas apiñonadas y no, al acercarme un poco, pude distinguirlo: eran pequeñas criaturas amorfas que se devoraban unas a otras y como por arte de magia, del lugar cercenado le brotaba una pequeña bola de fuego y el miembro mutilado volvía a crecer. De pronto sentí un escozor en el ante brazo y unas ámpulas empezaron a brotar, siguieron por el cuello, en el pecho, por mis pies; como muñones los dedos se desprendían de mi mano. Entré en pánico. Corrí, y mientras lo hacia, la piel se me caía a pedazos, cuando se desprendieron los últimos vestigios, una ola cálida embriagó el ambiente y mi cuerpo se encendió. Me hubieras visto, era una antorcha humana. Levité un poco y cuando decidí ver que había bajo tierra, una voz me llamó: eras tú. Pronunciabas mi nombre como si fuese una plegaria, un pequeño mantra: Lou. Te observé y tus ojos eran dos brazas enardecidas, mientras unas ámpulas te empezaban a brotar en todo el cuerpo: empezaba tu mutación. Sentí miedo y desperté. Mi madre estaba al borde de la cama como un ángel. Me observó con su cándida mirada, mientras me dijo: -tranquilízate y duerme-. Y se fue sin decir más. Una calma inundó la atmósfera y tus ojos se clavaron en mi mente.

Desde ese día observo las formas amorfas que hace la humedad en mi cuarto. Si uno se concentra bien las puede ver hasta moverse. Y no es que esté loca, pero las he visto y es ahí cuando me entra el miedo. A diario mi cuarto se vuelve un pequeño infierno cada que se cierra la puerta. Esas pequeñas criaturas vociferan mi nombre cuando estoy sola...

-Ah, que Lou...- dijo José mientras reía.

Se tapó la cara, mientras por el resquicio de los dedos observaba la humedad del techo y repetía para si mismo: un pequeño infierno...

Se tiró en la cama dispuesto a dormir, pero al cerrar los ojos una imagen cruzó por su mente. Era algo así como dos pequeñas bolas de fuego; dos pequeñas brazas enardecidas que sentía él, le miraban. Exaltado abrió los ojos y observó en plenitud, su infierno.


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Tuesday, December 02, 2008

Y es que siempre da miedo,
siempre me da miedo.


Siempre a
cada paso,
en cada palabra...

Monday, December 10, 2007

Berenice

Era octubre y una neblina densa azotaba la ciudad. El trafico parecía indicar que la noche sería larga. José, un poco cansado de la rutina semanal, salió de casa y tomó la rutina de cada viernes. Algo muy dentro de él decía que sea sería una buena noche.

La Avenida Constitución lucía atestada de gente, el bullicio de esta gran urbe latía en su piel. La noche cobraba vida en el centro de la ciudad. La luces multicolor brillar en su rostro ingenuo, hermético.

Serpenteó un poco entre las venas de la ciudad. Hurgaba entre ojos que lo observaban, buscaba algo, algo que llamara su atención, una señal que hiciera que la vida cobraba sentido. Hurgaba entre ojos extraños que le miraban; entre labios que lo seducían y nada: no llegó la chispa que encendiera sus deseos. Se sintió vacío y abatido. Naufragando como un muerto entre estas calles de Dios que en ocasiones no tienen sentido.

Se adentró a la zona roja de la ciudad donde varios tugurios de mala muerte, con sus luces fluorescentes, le llamaban. Lugares tachados de indecentes donde se derrocha el placer, donde hombres de diferentes clases sociales llegan a satisfacer sus más bajos instintos. Recinto donde chicas contonean sus caderas al ritmo de la música, mientras unas prendas diminutas cubren su malsana desnudez.

José se adentro a uno de esos lugares. Conocía perfectamente el ambiente. Se acomodó en el sitio habitual mientras pedía un trago y varias personas le saludaban de reojo. Él era un buen cliente y sabían como tratarlo.

La noche era fría y ahí dentro, el aire era denso y un olor a perfume barato inundaba el ambiente. Las luces y la música encendían sus sentidos. Recreó sus pupilas con el bello paisaje que brindaba el lugar: chicas contoneándose de manera provocativa, hasta cierto punto vulgar. José paseó la mirada por el recinto y se detuvo en la bella dama que tomaba un trago en la barra: Ella era de piel trigueña, senos prominentes y caderas de perdición; labios carnosos, mirada penetrante y una melena que cual cascada caía sobre unos delicados hombros.

Ella es mía- pensó José.

Se encaminó hacia ella. Rozó su hombro con la mano, mientras susurró muy quedamente en su oído un ¡hola! que casi se perdió en el viento. No molestes, mi turno termino- dijo ella y José sonrío. En ese instante supo que era la indicada.

Le pagó varios tragos y prometió buena paga si cumplía uno que otro de sus caprichos. Así empezó el juego de la seducción. Se adentró a la zona de privados donde bailó sólo para él. Empezaron el juego de miradas lascivas, de besos furtivos. José, acarició su piel tersa y suave mientras la sangre le hervía y el deseo le brotaba por los ojos. Ella susurró en su oído: vamos a tu casa. Y él accedió sin vacilación.

Serpentearon la ciudad como las manos de José serpentearon las piernas de la dama. Exploraba su piel. La calle Vizcaya lucía desierta y una casa fría los esperaba. Cruzaron el patio mientras la mirada de él recorría su espalda hasta perderse justo en la gloria.

Cruzaron el umbral de la puerta y el mundo se volvió pequeño. José navegó en su piel. Recorrió el sendero de sus piernas largas, se agazapó entre sus murallas: firmes, dulces, tiernas. La amó como pudo y como quiso hacerlo. Hay bocados tan dulces que se degustan poco a poco- pensó. Y así lo hizo él. La degustó poco a poco: los brazos, las piernas, su sexo. Aferrados uno al otro se amaron como fieras hambrientas; como dos licántropos en celo. Terminó él recostado sobre el pecho de ella, perdido en su mirada de gata.

Su cabeza rodó a 100 revoluciones por segundo, todo se difuminaba en su mente: el estrés, la carga emocional de la familia. Todo moría en esos minutos de éxtasis junto a esa fierecilla llamada, Berenice.

Algo latió en su pecho y sintió amarla. Se recostó a su costado y la observó de reojo y mientras una frase vista hace tiempo en la Biblia vieja de su madre, pasó por su mente: “ guárdame como a la niña de tus ojos, protégeme a la sombra de tus alas”. Se sintió sucio. Resignado, sólo cerró los ojos y espero a que amaneciera.





Friday, November 09, 2007

Reminiscencias


Es de noche, afuera llovizna y hace frío. Aquí adentro un aire gélido me penetra, se me cuela hasta los huesos. En mi pueblo que iba yo a pasar estos fríos tan canijos, allá un aire cálido me enerva la piel todo el año. Ah como se extraña en ocasiones la brisa del mar rozando mis mejillas, la arena colándose en mis dedos y el sol calentando mi piel. Ah como se extraña en ocasiones...

Tres de la mañana y no puedo dormir. Se arremolinan en mi mente los recuerdos, como pequeños obuses me dañan, juegan conmigo al tiro al blanco, ¡no!, en realidad juego conmigo al tiro al blanco, dos que tres dan al centro provocando que una pequeña grieta vuelva a supurar.

El café me despierta lo sentidos. Detesto pasarme la noche en vela acorralado por los recuerdos. Paseo la mirada por estas cuatro paredes que me gritan que estoy solo ¡Maldita sea! Tengo ganas de taparles la boca y no escuchar siquiera sus lamentos.

Cierro los ojos y Pablo vuelve a mi mente. Cómo olvidar su voz aguardentosa susurrando en mi oído, cómo su piel enredándose en mí. Cómo, si lo traigo presente, aún tatuado a mi piel y el suave elíxir de sus labios aún me quema.

Transitaba el mes Abril cuando lo conocí. Era una tarde calida, y el viento acariciaba mi rostro. Ese día había decidido tomar unos tragos y probar algo nuevo. Hacía meses que mi cama moraba sola. El recuerdo de Lizbeth me llegaba algunas noches. En ocasiones alcancé a sentir que mi cuerpo la extrañaba. ¿Qué haría? en ocasiones me preguntaba. Nunca tomé el valor de llamar a su casa, pero ese día, la soledad de mi piel me pedía a gritos compañía. La llamé y un aire helado me invadió las entrañas. Era un mal presagio. Una extraña voz contestó en su casa, Carlos se hizo llamar. ¿Carlos?, pregunté. -Sí, el prometido de Lisi-. Sentí de pronto como si un ventarrón me arrancara la piel, me vi desprotegido, sentí pena por mí. Cómo tuve la osadía de pensar que Lizbeth me esperaría. Tanto tiempo sin hablarle, que infamia la mía. Un año refugiado en mi soledad tratando de calmar los demonios. Un lapso infernal.

Nunca he creído en el amor a primera vista, creo en el deseo a primera vista y Pablo despertó el mío en un instante. Tenia ojos claros, mirada dulce, sensual. Sobre su rostro se vislumbraba una pequeña y delgada comisura; tenia unos labios severamente angostos, tímidamente finos. Los anhele cuando los vi. Su torso firme y sus brazos largos despertaron ciertos instintos que procuraba mantener dormidos. Lo observé un largo tiempo y decidido a todo, me acerqué cuando muestras miradas se cruzaron. Una leve sonrisa lo delató.

Empezamos nuestro juego con miradas y besos furtivos, despertando así la pasión. El calor invadió mi piel, de pronto sentí unas ganas inmensas de poseerlo, de compartir con él, mi lecho. Deseaba navegar en su piel, refugiarme entre sus brazos ¡Que me hiciera sentir vivo! Pasada la media noche le propuse la osadía más grande de mi vida.
-Vente a mi casa, pasa conmigo ésta noche- le dije. Me cortó la respiración con un beso que sentí desfallecer. Fue un sí definitivamente.


La ciudad nocturna siempre me ha gustado. De no haber sido un hombre hubiera sido un espectro, una de esa criaturas nocturnas, que no le rinden cuenta a nadie. Que serpentean las callen cuando todos los mortales pernoctan.

Recorrimos la ciudad muy lentamente, más el suave movimiento del coche y las manos de Pablo navegando en mi piel, hicieron que el trayecto me pareciera corto. Llegamos, tomamos un trago y mi piel se encendió como se enciende una bombilla. Ya no había salida, una fría habitación nos esperaba. Era tanto nuestro deseo que nos desgarramos las ropas, fuimos dos locos; dos fieras hambrientas. Nos amamos con frenesí. Sí, de la manera más delirante, mas desenfrenada. Sus manos en mí surcaron nuevos caminos. Aún siento el suave titilar de sus labios en piel. Nunca di pruebas de mansedumbre semejante. Lo amé como pude y él me amó de igual manera.

En el momento de mayor éxtasis la imagen de mi madre se vislumbró en mi mente. Me pregunté, qué pensaría de su niño si supiera que retozaba en la cama con un hombre. Seguro me pondría a rezar por mis malas acciones, por mis actos impuros y mezquinos.
-José, hay cosas que Dios no perdona- me diría mi madre.


Besé a Pablo de pies a cabeza. Hurgué un poco en su rostro dulce y febril. Escarbé en sus labios y bebí su delicado néctar. No hubo territorio que quedara por descubrir. Mi mente quedó en blanco. Me adentré en un dulce letargo bajo su piel. Sentí morir. Cada roce de su ser me hacía desfallecer. Qué importaba en ese entonces si el mundo dejaba de girar. Qué importaba si se acortaba de tajo el aire en mis pulmones ¡No! Nada interesaba salvo su piel naufragando en mi piel, y yo descubriendo nuevos parajes en él.

Esa fue una de las muchas noches que pasé junto a Pablo y siempre fueron así: locas, desenfrenadas, siempre, ambos, con las mismas ansias, con el mismo arrebato.

Hoy pienso en él y el tiempo se corta de tajo, una suave y delgada línea nos divide. Mi piel aún le espera. Pablo fue un amorío fácil y me entregué a él sin vacilaciones.

Seis de la mañana y la soledad me invade. El despertador suena y su berrido me recuerda que es martes y hay trabajo. Siento la espalda destrozada. Es un dolor insoportable que me desmorona. Si por lo menos una pequeña rémora me aferrara a ésta cama. Me observo en el espejo. Me desconozco. Hoy me siento viejo y cansado. ¡Malditos recuerdos que envenenan mi piel! Estas reminiscencia me matan.

Una raya de luz aclara la habitación. Tengo sueño, frío y no quiero trabajar. Pero esta vida que es un circo, no da tregua.

Wednesday, October 10, 2007

En el Edén

Cargado de olores grises y desnudeses profanas, el día era cálido en el edén.

Titilaba bajo la lluvia que caía en mi piel. Culebreaba ente violetas y sonreía al observarlos: se perdían entre miradas atrevidas mientras saboreaban..., después el horror se adueñó de sus pupilas. Su malsana desnudes florecía, -el destierro se hacia inminente-.

Se lamentaban desolados, la culpa los embargaba -sus cuerpos ardían en ansias-Rogaban que el sermón acabase: ansiaban perderse en la maleza matando así el fuego de su piel.

El trabajo estaba echo.

Friday, June 22, 2007

Y ahora... ¿quién podrá ayudarnos?

Últimamente se ha estado perdiendo el sentido de la vida: el ser libres, reír y gozar; todo se está volviendo demasiado duro, demasiado trágico. No hace mas de un año se podía caminar por cualquier calle de esta cuidad donde había familias enteras compartiendo risas: risas que parecen haber muerto.

Hoy la novedad es la agresividad, la injusticia, son los asaltos a mano armada, bueno eso es un decir, en algunas ocasiones no hacen mas que dos puños: igual de destructivos, de mortales. La sociedad se esta pudriendo y ahí me pregunto, ¿QUÉ NOS ESTA PASANDO? ¿cuándo perdimos el sentido común ? ¿cuándo perdió la inocencia la sociedad, si es que alguna ves la tuvo... ¿dónde y cuando? ¿Será que tendremos que llamar a los súper héroes de acción para que nos salven de los abismos que nosotros mismos hemos creado? Acaso si les llamamos ¿vendrían?.

Nos estamos ahogando en el fango que hemos creado, pero creo que hoy es más grande, más abismal, creo que hemos tocado fondo y es preciso pedir auxilio. ¿cuándo perdería esta sociedad la dignidad, la justicia, el valor de ser y estar y de tener? ¿cuándo? ¿en qué lugar? ¿en donde? (...)

Quizá todo viene de años remotos, allá cuando Caín mato a Abel, quizá si Abel hubiese vivido sería otra la historia, ya que somos descendencia de Caín el malo, el injusto, el maldito, el envidioso. Qué se podría esperar entonces de esta humanidad que ahora quema, mata; valla descendencia y futuro que nos dejó.

O quizá todo viene de años más atrás, más remotos, al momento de la creación,
quizá si la mujer hubiese sido la primera habitante de este mundo hostil, sería otra la historia, ¿será...?


Por lo pronto !Auxilio! ¡Socorro! ¡Que alguien nos ayude...!

Ya solo nos queda esperar... esperar a que llegue Superman o Batman o ya de perdido el Chapulín colorado y nos salven.