Sunday, January 11, 2009

Delirium

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José siempre supo que Lou estaba loca, algo en su mirada lo decía. Ya era tarde cuando él checó el correo y había un e-mail de ella. Conociéndola, supo que sería largo. Resignado, preparó un poco de café y se adentró en una de esas historias difusas que, ella, solía contar:

Joss, tuve mala noche. La fiebre y sus delirios causaron estragos. Tuve un sueño extraño, podría jurar que ese lugar era el mismo infierno. Lenguas de fuego brotaban de los lugares más inhóspitos. Las vi salir del piso, de entre la pared. Las piedras eran bolas de fuego, alcancé a patear una y explotó en el aire como pirotecnia. Hubieras visto. El cielo era rojo, y las nubes eran borlas de fuego. Sin mentirte te digo que llovía lava. Era extraño. En el viento flotaban pequeñas flamas, cuando intenté tomar una se desvaneció entre mis dedos, la sensación me recorrió la palma de la mano, el brazo y siguió por el pecho hasta que se clavó como una fría daga en el corazón. Hubieras visto mis ojos desorbitados. Caminé un poco y algunos lamentos, como ecos, resonaron en el viento. Me detuve y a lo lejos observé algo grisáceo. En su momento, pensé eran rocas apiñonadas y no, al acercarme un poco, pude distinguirlo: eran pequeñas criaturas amorfas que se devoraban unas a otras y como por arte de magia, del lugar cercenado le brotaba una pequeña bola de fuego y el miembro mutilado volvía a crecer. De pronto sentí un escozor en el ante brazo y unas ámpulas empezaron a brotar, siguieron por el cuello, en el pecho, por mis pies; como muñones los dedos se desprendían de mi mano. Entré en pánico. Corrí, y mientras lo hacia, la piel se me caía a pedazos, cuando se desprendieron los últimos vestigios, una ola cálida embriagó el ambiente y mi cuerpo se encendió. Me hubieras visto, era una antorcha humana. Levité un poco y cuando decidí ver que había bajo tierra, una voz me llamó: eras tú. Pronunciabas mi nombre como si fuese una plegaria, un pequeño mantra: Lou. Te observé y tus ojos eran dos brazas enardecidas, mientras unas ámpulas te empezaban a brotar en todo el cuerpo: empezaba tu mutación. Sentí miedo y desperté. Mi madre estaba al borde de la cama como un ángel. Me observó con su cándida mirada, mientras me dijo: -tranquilízate y duerme-. Y se fue sin decir más. Una calma inundó la atmósfera y tus ojos se clavaron en mi mente.

Desde ese día observo las formas amorfas que hace la humedad en mi cuarto. Si uno se concentra bien las puede ver hasta moverse. Y no es que esté loca, pero las he visto y es ahí cuando me entra el miedo. A diario mi cuarto se vuelve un pequeño infierno cada que se cierra la puerta. Esas pequeñas criaturas vociferan mi nombre cuando estoy sola...

-Ah, que Lou...- dijo José mientras reía.

Se tapó la cara, mientras por el resquicio de los dedos observaba la humedad del techo y repetía para si mismo: un pequeño infierno...

Se tiró en la cama dispuesto a dormir, pero al cerrar los ojos una imagen cruzó por su mente. Era algo así como dos pequeñas bolas de fuego; dos pequeñas brazas enardecidas que sentía él, le miraban. Exaltado abrió los ojos y observó en plenitud, su infierno.


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