Friday, November 09, 2007

Reminiscencias


Es de noche, afuera llovizna y hace frío. Aquí adentro un aire gélido me penetra, se me cuela hasta los huesos. En mi pueblo que iba yo a pasar estos fríos tan canijos, allá un aire cálido me enerva la piel todo el año. Ah como se extraña en ocasiones la brisa del mar rozando mis mejillas, la arena colándose en mis dedos y el sol calentando mi piel. Ah como se extraña en ocasiones...

Tres de la mañana y no puedo dormir. Se arremolinan en mi mente los recuerdos, como pequeños obuses me dañan, juegan conmigo al tiro al blanco, ¡no!, en realidad juego conmigo al tiro al blanco, dos que tres dan al centro provocando que una pequeña grieta vuelva a supurar.

El café me despierta lo sentidos. Detesto pasarme la noche en vela acorralado por los recuerdos. Paseo la mirada por estas cuatro paredes que me gritan que estoy solo ¡Maldita sea! Tengo ganas de taparles la boca y no escuchar siquiera sus lamentos.

Cierro los ojos y Pablo vuelve a mi mente. Cómo olvidar su voz aguardentosa susurrando en mi oído, cómo su piel enredándose en mí. Cómo, si lo traigo presente, aún tatuado a mi piel y el suave elíxir de sus labios aún me quema.

Transitaba el mes Abril cuando lo conocí. Era una tarde calida, y el viento acariciaba mi rostro. Ese día había decidido tomar unos tragos y probar algo nuevo. Hacía meses que mi cama moraba sola. El recuerdo de Lizbeth me llegaba algunas noches. En ocasiones alcancé a sentir que mi cuerpo la extrañaba. ¿Qué haría? en ocasiones me preguntaba. Nunca tomé el valor de llamar a su casa, pero ese día, la soledad de mi piel me pedía a gritos compañía. La llamé y un aire helado me invadió las entrañas. Era un mal presagio. Una extraña voz contestó en su casa, Carlos se hizo llamar. ¿Carlos?, pregunté. -Sí, el prometido de Lisi-. Sentí de pronto como si un ventarrón me arrancara la piel, me vi desprotegido, sentí pena por mí. Cómo tuve la osadía de pensar que Lizbeth me esperaría. Tanto tiempo sin hablarle, que infamia la mía. Un año refugiado en mi soledad tratando de calmar los demonios. Un lapso infernal.

Nunca he creído en el amor a primera vista, creo en el deseo a primera vista y Pablo despertó el mío en un instante. Tenia ojos claros, mirada dulce, sensual. Sobre su rostro se vislumbraba una pequeña y delgada comisura; tenia unos labios severamente angostos, tímidamente finos. Los anhele cuando los vi. Su torso firme y sus brazos largos despertaron ciertos instintos que procuraba mantener dormidos. Lo observé un largo tiempo y decidido a todo, me acerqué cuando muestras miradas se cruzaron. Una leve sonrisa lo delató.

Empezamos nuestro juego con miradas y besos furtivos, despertando así la pasión. El calor invadió mi piel, de pronto sentí unas ganas inmensas de poseerlo, de compartir con él, mi lecho. Deseaba navegar en su piel, refugiarme entre sus brazos ¡Que me hiciera sentir vivo! Pasada la media noche le propuse la osadía más grande de mi vida.
-Vente a mi casa, pasa conmigo ésta noche- le dije. Me cortó la respiración con un beso que sentí desfallecer. Fue un sí definitivamente.


La ciudad nocturna siempre me ha gustado. De no haber sido un hombre hubiera sido un espectro, una de esa criaturas nocturnas, que no le rinden cuenta a nadie. Que serpentean las callen cuando todos los mortales pernoctan.

Recorrimos la ciudad muy lentamente, más el suave movimiento del coche y las manos de Pablo navegando en mi piel, hicieron que el trayecto me pareciera corto. Llegamos, tomamos un trago y mi piel se encendió como se enciende una bombilla. Ya no había salida, una fría habitación nos esperaba. Era tanto nuestro deseo que nos desgarramos las ropas, fuimos dos locos; dos fieras hambrientas. Nos amamos con frenesí. Sí, de la manera más delirante, mas desenfrenada. Sus manos en mí surcaron nuevos caminos. Aún siento el suave titilar de sus labios en piel. Nunca di pruebas de mansedumbre semejante. Lo amé como pude y él me amó de igual manera.

En el momento de mayor éxtasis la imagen de mi madre se vislumbró en mi mente. Me pregunté, qué pensaría de su niño si supiera que retozaba en la cama con un hombre. Seguro me pondría a rezar por mis malas acciones, por mis actos impuros y mezquinos.
-José, hay cosas que Dios no perdona- me diría mi madre.


Besé a Pablo de pies a cabeza. Hurgué un poco en su rostro dulce y febril. Escarbé en sus labios y bebí su delicado néctar. No hubo territorio que quedara por descubrir. Mi mente quedó en blanco. Me adentré en un dulce letargo bajo su piel. Sentí morir. Cada roce de su ser me hacía desfallecer. Qué importaba en ese entonces si el mundo dejaba de girar. Qué importaba si se acortaba de tajo el aire en mis pulmones ¡No! Nada interesaba salvo su piel naufragando en mi piel, y yo descubriendo nuevos parajes en él.

Esa fue una de las muchas noches que pasé junto a Pablo y siempre fueron así: locas, desenfrenadas, siempre, ambos, con las mismas ansias, con el mismo arrebato.

Hoy pienso en él y el tiempo se corta de tajo, una suave y delgada línea nos divide. Mi piel aún le espera. Pablo fue un amorío fácil y me entregué a él sin vacilaciones.

Seis de la mañana y la soledad me invade. El despertador suena y su berrido me recuerda que es martes y hay trabajo. Siento la espalda destrozada. Es un dolor insoportable que me desmorona. Si por lo menos una pequeña rémora me aferrara a ésta cama. Me observo en el espejo. Me desconozco. Hoy me siento viejo y cansado. ¡Malditos recuerdos que envenenan mi piel! Estas reminiscencia me matan.

Una raya de luz aclara la habitación. Tengo sueño, frío y no quiero trabajar. Pero esta vida que es un circo, no da tregua.

4 comments:

Migdalia B. Mansilla R. said...

Un estupendo relato. Amor es amor y la piel es la piel.


Besos,
Migdalia

Gustavo Tisocco said...

Excelente texto, un placer leerte amiga.
Un abrazo enorme Gus...

amg2008 said...

Sigo fascinado con lo que escribes.¿cuál es tu fuente de inspiración?

Felicidades.

Anonymous said...

Excelente. Tienes muy buena variedad de escritos de calidad.

Seguiremos en contacto. Saludos.

Raymond
(Victor Martínez)